martes, 29 de junio de 2010

LA GUERRA IMPOSIBLE

Diario: El Tiempo – Opinión

LA GUERRA IMPOSIBLE


Eduardo Pizarro Leongómez. Columnista de EL TIEMPO.
Las controversias interestatales se resuelven en la mesa de negociaciones.

Uno de los rasgos de América Latina que más sorprenden a los analistas internacionales -no todo pueden ser malas noticias- es la ausencia casi total de conflictos armados interestatales.
Mientras que los europeos se han matado sin pausa ni tregua durante centurias y solamente en el siglo pasado llevaron a cabo las dos carnicerías más sanguinarias de la historia -la I y la II guerras mundiales-, en nuestro continente los conflictos armados entre naciones se pueden contar con los dedos de las manos. En efecto, tras las guerras de Independencia solamente tres guerras interestatales merecen una mención especial: la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870), la Guerra del Pacífico (1879-1883) y la Guerra del Chaco (1932-1935). El resto fueron guerras cortas y con un número muy reducido de víctimas, tales como las dos guerras entre Ecuador y Perú (1941 y 1995), la llamada Guerra de las 100 Horas (o del Football) entre Honduras y El Salvador (1969) y una que otra escaramuza aquí y allá, tal como el enfrentamiento entre Colombia y Perú (1932).
La Guerra de la Triple Alianza ha sido, probablemente, la más brutal que haya vivido el continente. Paraguay, el país más desarrollado de América Latina en la primera mitad del siglo XIX, pretendió ejercer bajo el liderazgo del mariscal Francisco Solano López un arbitraje en los asuntos rioplatenses y terminó enfrentando una coalición armada entre Argentina, Uruguay y Brasil, estimulada por la Gran Bretaña. La derrota de Paraguay en el combate de Cerro Corá se acompañó de un desastre demográfico. Su población antes de la guerra, 1'525.000 personas, se redujo a 221.000 de los cuales solamente 28.000 hombres. 5 de cada 6 paraguayos habían muerto.
La Guerra del Pacífico o del Salitre enfrentó a Chile contra Bolivia y Perú. Bolivia se retiró de la contienda tras su derrota en la batalla del Alto de la Alianza en Tacna (1880) y Perú fue ocupado por las tropas chilenas, instalando un gobierno de facto en el Palacio Pizarro de Lima. Tras los acuerdos de paz firmados por las tres naciones, Chile quedó bajo el control de las ricas zonas mineras (salitre y cobre) del desierto de Atacama.
En el siglo XX solamente la llamada Guerra del Chaco entre Paraguay y Bolivia merece una reseña. La disputa se originó por la región del Chaco Boreal que, pese a su aridez y escasa población, es atravesada por el Río Paraguay. Su control era visto por una y otra nación sin acceso al mar como una alternativa para acceder al Océano Atlántico y dejó en el campo de batalla a 60 mil bolivianos y 30 mil paraguayos muertos y a una y otra economía arruinadas.
Fuera de estas tres guerras devastadoras, América Latina ha resuelto sus diferencias mediante acuerdos diplomáticos. Tan como señala el profesor de la Universidad de Princeton Miguel Centeno (Blood and Debt: War and the Nation-State in Latin America, 2002), mientras que en Europa el 62 por ciento de las disputas fronterizas se han resuelto mediante las armas, en América Latina sólo el 5 por ciento. Es más, las (borrosas) fronteras heredadas de la Colonia española han sufrido pocos cambios desde la Independencia.
Los latinoamericanos no se matan entre sí, como sí ocurre de manera sistemática entre europeos, africanos y asiáticos (aunque, es necesario reconocerlo, muchas veces si nos matamos entre los nacionales de cada país en dictaduras sanguinarias y conflictos internos interminables).
Ante la fanfarronada de Hugo Chávez de enviar 10 batallones a la frontera de Colombia con un tono amenazante, la decisión del presidente Álvaro Uribe de no enviar ni un solo soldado fue una medida sabia. No solamente se trataba de evitar una provocación que hubiera podido desencadenar hechos dolorosos. Se trataba, ante todo, de mantener una regla de oro de América Latina: las controversias interestatales se resuelven en la mesa de negociaciones y no mediante cañones. En este campo, América Latina es ejemplar.

Eduardo Pizarro Leongómez

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