martes, 29 de junio de 2010

GOLPISMO SIN UNIFORMES


Domingo 19 de Junio de 2005



GOLPISMO SIN UNIFORMES




Como en otras décadas, los gobiernos latinoamericanos vuelven a trastabillar, aunque esta vez acosados por un nuevo e inquietante fenómeno: las violentas protestas callejeras conducidas por civiles desencantados con la democracia .



Una visible corriente de impaciencia política recorre las calles latinoamericanas. Esa ola de descontento pasó por Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Venezuela y la Argentina; descolocó a gobiernos que se sintieron fuertes en las urnas pero que se vieron débiles ante el azote de calles convulsionadas, de protestas sociales que no esperaron elecciones para poner al presidente de turno en la rápida calesita del despido, a la que persignándose sube enseguida algún sucesor constitucional para afrontar el mareo de la nueva tendencia de la región. Rápido y violento parecen ser las consignas. Sin militares (para guardar las formas) pero con militantes predispuestos a ser la fuerza de choque que hoy no se encuentra, como antes, en los cuarteles.
El efecto práctico es el mismo: burlar la voluntad popular del voto democrático. Bolivia fue en las últimas semanas un ejemplo del problema, con sectores en pugna que abusaron de la fuerza callejera para imponer su propia ley: o se hace lo que la turba quiere o no se hace nada. Ese es el nuevo condicionante para la América latina del siglo XXI. Un rápido repaso de los sucesos en Bolivia permitirá vislumbrar los riesgos comunes en las democracias regionales. El presidente Carlos Mesa fue elevado al poder por el levantamiento civil contra Gonzalo Sánchez de Lozada en octubre de 2003. El movimiento circular de esta forma de política directa en las calles, que al no encontrar solución a la demanda inicial regresa al punto de conflicto y provoca iguales efectos antes de iniciar otra vuelta, derribó a Mesa mucho antes de su renuncia oficial, tumbó al Congreso al no permitirse reuniones legislativas hasta tanto no se aprobasen los puntos exigidos en las barricadas, y designó al nuevo presidente a criterio de los cortes de ruta, que en Bolivia son literales porque se cavan zanjas en los caminos para frenar el tránsito. El titular de la Corte Suprema boliviana, Eduardo Rodríguez, era el tercero en la sucesión constitucional. Fue elegido con los mismos condicionantes con los que partió el malogrado proyecto de Mesa. La calle exige, controla, amenaza alejándose de las urnas. ¿La similitud con los golpes de Estado es pura coincidencia? "Yo los defino como golpes de pueblo; la ira e insatisfacción popular expresan el vacío que hay entre las demandas sociales y las respuestas institucionales. El desafío es llenar de contenido a la instituciones de la democracia", explica a LA NACION Carlos María Vilas, un intelectual de reconocida trayectoria en el campo de las ciencias sociales, docente e investigador de Flacso, premiado por sus trabajos sobre la revolución sandinista y al que la revista francesa Le Nouvel Observateur distinguió como uno de "los 25 grandes pensadores de la ciencia política". Agrega Vilas un dato importante: "La calle saca a un presidente, pero no pone a otro, porque el sustituto es elegido a través de medios constitucionales. La protesta se unifica por el repudio a lo que está, como el llamado voto bronca, que luego se esfuma, pero no hay una fuerza de similar eficacia que proponga una alternativa de cambio profundo. Son sacudidas que no alcanzan un eje político que articule las demandas". Vilas conoce muy bien lo que significa el malhumor en las calles porque fue el subsecretario de Seguridad Interior durante el gobierno de Eduardo Duhalde, cuando las movilizaciones se contaban por centenas. Que la agenda callejera tiene, al menos por ahora, mayor capacidad de destrucción que sustento para llevar adelante un programa de gobierno a largo plazo, lo demuestra el caso de Lucio Gutiérrez en Ecuador. Militar con pasado golpista devenido en líder popular, sucumbió este año por la fragilidad de las coaliciones unidas más en las movilizaciones que en las ideas. El indigenismo ecuatoriano que lo llevó a la presidencia le dio la espalda cuando las demandas de mejoras tardaron en llegar. Hoy Gutiérrez encara una incipiente lucha desde el exilio por el retorno al poder que quedó en manos de su vicepresidente, Alfredo Palacios, que pasó de aliado a peor enemigo en otra de las veloces vueltas del carrusel político latinoamericano. Gutiérrez y el venezolano Hugo Chávez fueron desde sus uniformes militares referentes del descontento masivo hacia las instituciones políticas, canalizado luego en votos hacia esos emergentes líderes que, pruebas en los hechos, profundizaron las tensiones. El propio Chávez sufrió en abril de 2002 un golpe de Estado de horas que puso en la presidencia a un civil, el empresario Pedro Carmona, hasta que el contragolpe de Chávez restableció la situación. El camino a la anarquía "Cuando las demandas sociales exceden las capacidades del sistema para dar respuesta se produce la anomia, la anarquía, la bronca. En 2001 cayó el gobierno de Fernando de la Rúa y no fue justamente por un juicio político; después, Duhalde tuvo que adelantar el llamado a elecciones por la presión popular. No hay nada más contradictorio con el sistema democrático que un sistema en el que gobierne la calle", señala a LA NACION Felipe de la Balze, economista de amplia trayectoria como analista de relaciones internacionales. Frente a las situaciones que en los últimos años se produjeron en la región, De la Balze analiza: "Se dan soluciones ilegítimas que van en contra del sistema democrático. Se crean fachadas para salvar la ropa hacia el exterior, pero nadie se engaña. Las razones que llevan a estos cambios anárquicos son la ausencia de partidos políticos fuertes para soportar una crisis, liderazgos que se basan en encuestas y no en la capacidad de convencer a la gente sobre el rumbo a tomar y falta de proyectos nacionales compartidos. Brasil, México y Uruguay son ejemplos de países en los que no se dan estos problemas". Sistemas democráticos endebles, gobiernos que apenas pueden mantenerse bajo fuerte presión o directamente son eyectados de los sillones presidenciales, múltiples reclamos sociales. Hasta la década del ochenta ese desolador panorama hubiese encontrado una reacción castrense. Pero en las actuales crisis el factor militar no aparece como opción de recambio. Y no porque no se hayan golpeado las puertas de los cuarteles como antaño. Ocurrió en Bolivia, cuando el líder de la Confederación Obrera de Bolivia, Jaime Solares, pidió públicamente "por un gobierno cívico-militar". Dos tenientes coroneles quisieron seguirlo. Nadie más. El momento político en América latina es refractario a toda aventura uniformada. La Argentina vivió el ejemplo concreto cuando el teniente general Ricardo Brinzoni mantuvo al Ejército fuera de la crisis de diciembre de 2001. "El partido militar se terminó en 1983 y no hay nadie que lo pueda reeditar", dijo Brinzoni en plena crisis del verano de 2001-2002 y lo reitera ahora ante la consulta de LA NACION. "No hay ningún militar en la Argentina ni en la región que acepte ser la opción para encauzar una crisis política", aclara. Cuando el presidente boliviano Carlos Mesa alertó sobre una guerra civil inminente, los militares de su país tomaron previsiones. Una hora antes de que una reunión convulsionada de legisladores consiguiese de alguna manera sostener la sucesión constitucional, las fuerzas armadas habían movilizado 14.000 hombres en las principales ciudades. El almirante Luis Aranda advirtió entonces el papel de sus fuerzas en un mensaje público. "Las fuerzas armadas, desde su visión y misión constitucional, están en el deber de llamar a la cordura, la racionalidad y el entendimiento, únicos caminos para evitar el suicidio nacional, convocando a una tregua político-social que debe ser asumida por todos los actores". Los militares bolivianos no tomaron partido por bando civil alguno. Es ésa una particularidad asumida en la región. "Los militares saben que existe una corriente de pensamiento internacional dispuesta a sostener el mando civil y que cualquier irrupción militar será aislada rápidamente. Entonces, como los militares no participan en el derrumbe de un gobierno, se recurre a las puebladas, así se encuentra la forma para respetar en las apariencias las formalidades constitucionales. En la Argentina (de 2001), los militares no fueron parte del problema, sino de la solución para sostener el sistema constitucional", dice Horacio Jaunarena, que fue ministro de Defensa en el momento de la caída del gobierno de la Alianza y mantuvo el cargo en la administración de Duhalde. Lecciones del pasado Una mirada similar tiene el teniente general (R) Martín Balza, ex jefe del Ejército y hoy embajador en Colombia: "Las lecciones del pasado influyen para que el Ejército diga no a cualquier llamado fuera de la ley. Esto también significa que ningún gobierno puede apoyarse en las Fuerzas Armadas para imponer criterios al margen de la ley. Se podría decir que hoy no es la vida por Perón, sino la vida por las leyes". Si alguna vez Estados Unidos dio un guiño para que los militares latinoamericanos tomasen el poder de sus países, especialmente en las décadas de lucha bipolar de ideologías, hoy es bien diferente y clara la posición que difunde el Departamento de Estado. En su mensaje sobre principios de la democracia, hecho público el año último, se afirma: "El control civil garantiza que los valores, instituciones y políticas de un país han sido escogidos con libertad por el pueblo y no por los militares. El propósito de éstos es defender a la sociedad, no definir su curso. Por supuesto que los militares pueden participar con plenitud y en plan de igualdad en la vida política de su país, pero sólo como votantes individuales. Los militares deben retirarse del servicio antes de participar en la política; los servicios armados deben mantenerse al margen de la política". El cambio de época es visible para De la Balze: "En la región, durante la Guerra Fría, los militares eran los guardianes prioritarios de las sociedades, pero con el fin de esa situación internacional y contundentes fracasos perdieron el rol de ser los agentes de ajuste del sistema". "Aparentemente acabó la nefasta tradición de los golpes militares porque cambiaron las reglas del juego, pero en las sociedades latinoamericanas se mantiene la violencia de masas que forma parte de su historia", expresó Vilas. El crujido interno de América latina fue escuchado por Estados Unidos, desatento de lo que ocurría en la vecindad por su ofensiva planetaria contra el terrorismo. Hasta el momento bastaba con que el presidente surgido de las calles en llamas no vistiese uniforme para cuidar las formas democráticas. La repetición de sucesos, el efecto contagio que se vislumbra, encendió las alarmas sobre una "democracia" directa, no representativa, que se mueve con el arrollador y alocado paso de las masas.


Por Daniel Gallo

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