lunes, 4 de octubre de 2010

POLICIAS ECUATORIANOS INTENTAN INTERRUMPIR LA SEÑAL DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA

POLICÍAS ECUATORIANOS INTENTAN INTERRUMPIR LA SEÑAL DE LA TELEVISIÓN PÚBLICA



Los sublevados fuerzan sin éxito el fin de la emisión de Gama TV y Ecuador TV, controladas por Correa
EFE - Quito - 01/10/2010

Los policías sublevados en Ecuador han intentado interrumpir la señal de los canales públicos Gama TV y Ecuador TV , según han afirmado presentadores de las cadenas, controladas por el Gobierno de Rafael Correa. "Elementos de la policía nacional están tratando de impedir que la señal de Gama TV se emita al país", afirmó un periodista en ese canal.
El presentador dijo haber sido informado por teléfono de que los policías "pretenden cortar los cables de energía y bajar las antenas", que están localizadas en la loma Pichincha, un alto que se puede ver desde todo Quito. Ecuador TV también informó que los policías intentaron interrumpir su señal, que se rebota desde el mismo lugar.
El Gobierno suspendió indefinidamente la programación de los otros canales de televisión y radio, la cual transmite las declaraciones críticas a los policías sublevados. Tras la declaración del estado de excepción, la Secretaría Nacional de Comunicación de la Presidencia de la República envió un correo electrónico a los directivos de los canales de televisión y de radio del país en los que les exigió que se conectaran a Ecuador TV y Radio Pública, respectivamente .
En las emisiones diversos representantes gubernamentales destacan que el Gobierno cuenta con el control total del país.

GOLPE A LA ECUATORIANA

GOLPE A LA ECUATORIANA



El presidente Rafael Correa asegura que la sublevación de la policía tenía como objetivo acabar con su vida / La fiscalía lleva a cabo las primeras detenciones de los agentes implicados
FERNANDO GUALDONI Quito (Enviado especial) 02/10/2010

El fin de semana le ha venido bien a Ecuador para darse un respiro tras la sublevación de la policía que puso en jaque al Gobierno del presidente Rafael Correa el jueves y una jornada de viernes con frenéticas reuniones de gabinete, los funerales por los 13 muertos en los enfrentamientos y saqueos en todo el país, y los anuncios de las primeras detenciones de policías. La imagen de un nutrido grupo de oficiales del Ejército desayunando plácidamente en un céntrico hotel de Quito era el mejor termómetro de la capital. -¿Todo tranquilo, no?- "Por ahora, todo en calma", contesta con una sonrisa de medio lado un suboficial en cuya casaca camuflada aparecía el apellido Salguero.
El "por ahora" que deja caer el militar son las dos palabras que más preocupan a los ecuatorianos después de vivir un día de furia que recordó a otros muchos soportados por el país en los últimos 13 años y que acabaron con los mandatos de ocho presidentes. Correa pudo haber sido el noveno. ¿Pero no engrosó la lista porque no fue un golpe de Estado en toda regla o porque sí lo fue pero el presidente, al contrario que sus predecesores, supo remontar la situación gracias al respaldo popular e internacional? Esta es la pregunta del millón en Ecuador.
Para el presidente Correa está claro que fue un golpe de Estado y la mayoría de los ecuatorianos de a pie respaldan esta visión. Basta preguntarle al primer taxista o comerciante que se cruce o ver las encuestas que hace la televisión a pie de calle para palpar que la ciudadanía saldrá otra vez al rescate de Correa si es menester. La convicción también procede de la fuerte campaña oficial que ha insistido en la asonada desde el mismo momento en que el presidente llegó el jueves por la mañana al principal cuartel policial de Quito para hablar con los agentes sobre sus reivindicaciones salariales. Salió de allí por la fuerza y herido en la misma rodilla que apenas unos días antes le habían operado.
La televisión pública muestra constantemente imágenes de los cinco balazos que impactaron en el todoterreno con el que Correa fue evacuado del hospital donde el jueves estuvo 11 horas retenido y vídeos de la participación de políticos afines al partido Sociedad Patriótica, la segunda fuerza política liderada por el ex militar golpista y ex presidente Lucio Gutiérrez, un acérrimo enemigo de Correa. No hay que olvidar que el actual presidente participó en la rebelión civil, conocida como la de los forajidos, que expulsó a Gutiérrez del poder en 2005. El ex presidente respondió a las acusaciones de Correa diciendo que es verdad que lo quiere ver fuera del Gobierno, pero por las urnas. Y para tensar más el culebrón, una cuñada de Gutiérrez publicó una carta en el diario El Universo para pedir respeto para su familia y decir que una hija de Gutiérrez y un primo de éste, ambos militares, habían participado del operativo de rescate del presidente el jueves.
"Cuando a los golpistas les falla su estrategia para desestabilizar al Gobierno, dan paso al plan B, que era matar al presidente", insistió Correa en un entrevista en el canal público la noche del viernes. Otra de las pruebas que el presidente aporta para demostrar que era una sublevación planificada son las amenazas de muerte vía móvil que le llegaron a su esposa. "Rastreamos esos teléfonos y las tarjetas eran clonadas, lo que indica claramente la premeditación", explicó Correa. Aparte de las pistas que aporta el Ejecutivo, el hecho más potente para asegurar la tesis del golpe fue la toma del aeropuerto de Quito, un sitio estratégico. En un país de larga tradición golpista, a nadie escapa que una maniobra como esa aparece en el índice del manual del sublevado.
En el cierre del aeropuerto encaja además la supuesta "mano negra" de EE UU esgrimida por el presidente venezolano Hugo Chávez en la cumbre de Unasur celebrada en Buenos Aires para condenar la asonada. Y es que, según Correa, los militares de la Fuerza Aérea que tomaron la pista estaban destinados a la lucha antidroga y siempre han respondido a la embajada estadounidense antes que al Gobierno. "Este intento golpista aún no ha pasado del todo. Está superada la situación, pero no podemos confiarnos, posiblemente tenga un rebrote y a esas células hay que buscarlas y destruirlas. Hay preocupación, las raíces del intento de golpe están todavía en alguna gente", añadió el ministro de Exteriores Ricardo Patiño tras la reunión del gabinete del viernes. Casi al mismo tiempo, se amplió la depuración de la policía que comenzó con la renuncia del jefe Freddy Martínez, se ordenó el arresto de tres altos oficiales del cuartel Quito 1 y se confiscaron todas las grabaciones del de los lugares donde se produjeron los principales enfrentamientos para identificar a más sospechosos.
El afán del Gobierno por encajar todo en el formato golpe alimenta la desconfianza de los críticos sobre lo que realmente pasó. Para el analista Alfonso Oramas lo que sucedió fue un "burdo" atentado contra la democracia y una agresión "intolerable" contra el presidente. Pero, al mismo tiempo, sostiene que si Correa no hubiera desafiado a los agentes la situación no hubiese pasado de un conflicto laboral. "El discurso crispado del presidente, la falta de información del Gobierno sobre el grado de malestar de la policía y el coqueteo abierto de algunos políticos y militares con la sublevación dispararon una crisis evitable", dice Oramas.
Francisco Latorre, asesor y amigo personal de Correa, confirma que la decisión de acudir en persona al Regimiento Quito fue del presidente. Esto es lo que ha dado pie a algunas de las críticas más duras contra el Ejecutivo. El general retirado del Ejército Galo Monteverde, citado por el diario El Comercio, asegura que no hubo un golpe de Estado sino una insurrección policial. "El malestar policial y militar lleva dos años y los ministros tendrían que haberse encargado de resolverlo", según el militar.
El analista Adrián Bonilla añade otro factor para descartar el golpe: que nunca se planteó la sustitución del presidente como ha sido habitual en las rebeliones desde 1997. Todo lo contrario, el vicepresidente Lenin Moreno, manifestó de inmediato que él no iba a relevar al presidente mientras éste estuvo sitiado por policías rebeldes en el hospital donde acudió tras escapar del cuartel. Para algunos esto demuestra que no hubo un golpe planificado, para otros es lo que deja a los golpistas sin otra salida que la rendición. Para todos, aún es pronto para aventurar si Correa salió más fortalecido o debilitado de la crisis.

EL RUIDO DE SABLES SE APAGA EN ECUADOR

EL RUIDO DE SABLES SE APAGA EN ECUADOR


Los militares, que han sido cómplices o meros observadores de las revueltas contra los Gobiernos desde 1979, se mantienen ahora fieles a Rafael Correa
FERNANDO GUALDONI (ENVIADO ESPECIAL) - Quito - 04/10/2010


La presencia militar en Quito era ayer perceptible pero discreta. Aparte de los cerca de 300 efectivos destacados para resguardar el Palacio de Carondelet, la sede del Gobierno en pleno centro histórico, se veían patrullas de tres o cuatro soldados en algunas calles y en los grandes parques de la ciudad como El Ejido, La Alameda y La Carolina. No infundían inquietud ni sensación de estar a la espera de entrar en acción, más bien lo contrario. En puntos considerados estratégicos, como las vías de acceso a la capital, algunas gasolineras y plantas de distribución eléctrica, la presencia militar era mayor y más vigilante. Desde la entrada en vigor el jueves pasado de la ley de excepción a raíz de la sublevación de los policías contra el presidente Rafael Correa, el Ejército supervisa la labor de los agentes de seguridad y hasta tiene potestad para detener a quien cometa un delito flagrante.
A pesar del malestar que hay en los cuarteles por la nueva Ley de Servicio Público que elimina algunos incentivos económicos de las Fuerzas Armadas y de la Policía y que fuera el detonante de la asonada policial del jueves -en la que también participaron miembros de la Fuerza Aérea-, los militares se mantienen fieles al presidente. "Hay malestar, sobre todo en los mandos medios, pero la cúpula es leal a Correa. Se puede estar en desacuerdo con el presidente, pero ante todo somos un Ejército profesional. Aquí no ha habido infiltración de militares cubanos o venezolanos con la excusa de defender la Constitución, nos bastamos solos", dice el coronel retirado Galo Monteverde. El oficial habla con orgullo. Y es que su "ejército", como dice, salió el jueves a la calle a defender a un presidente constitucional por primera vez desde la recuperación de la democracia en 1979.
Hasta ahora la institución castrense había sido cómplice o mero observador en las revueltas que se cobraron ocho presidentes en 10 años desde 1997. Abdalá Bucaram fue destituido por incapacidad mental sin examen médico y los militares se limitaron a indicarle la salida. Mahuad fue derrocado por un complot indígena-militar que formó una Junta de Salvación Nacional de la que fue parte el coronel Lucio Gutiérrez. Gustavo Noboa juró el cargo en 2000 en el Ministerio de Defensa. Cinco años más tarde, una "revolución ciudadana" expulsó a Gutiérrez tras tres años en el poder y el Ejército observó la caída de su viejo camarada como quien ve llover.
"El Ejército ha entrado en la era moderna", dice Paco Moncayo, general retirado de cuatro estrellas, ex alcalde de Quito y actual parlamentario independiente de centroizquierda. "Hasta el golpe de Gutiérrez contra Mahuad hace más de una década, el Ejército había honrado la tradición de neutralidad forjada desde finales de los setenta. Antes y después de esa asonada, el militar se limitó a mantener como pudo el orden ante la inestabilidad política. Ahora, Correa, con su manejo irresponsable de la rebelión policial, fuerza al Ejército a salir en su defensa y enfrentarse a los agentes. Esto había sucedido solo en dos ocasiones, durante el Gobierno de Velasco Ibarra
[cinco veces presidente en distintos periodos entre 1934 y 1972], otro populista", reflexiona. "El Ejército se comportó como una institución del siglo XXI, pero el contexto en el que tuvo que actuar pertenece a la segunda mitad del XX. El Gobierno es el que está desfasado, no el Ejército", añade.
Aunque Moncayo, como la mayoría de los analistas consultados, duda de que el Ejército o una parte de este protagonice un golpe de Estado, advierte que la institución es un polvorín y que solo la insistencia del comandante en jefe de las tres fuerzas, el general Ernesto González, para que el Gobierno revise la ley que afecta a los salarios del cuerpo ha rebajado un poco la tensión. El malestar no es solo por la rebaja de las retribuciones, sino también por un error de cálculo en la aplicación de la escala salarial de suboficiales y oficiales que se arrastra desde 2006.
Durante el fin de semana, la ministra de Política, Doris Soliz, declaró que el Gobierno reescribirá la ley que desató la sublevación de policías para clarificar su contenido, pero que no hará cambios significativos. También quedó descartada, de momento, la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones anticipadas que tenía en mente Correa para reforzar su poder y sacar adelante su plan de austeridad.

EL 23-F DE LOS ECUATORIANOS

EL 23-F DE LOS ECUATORIANOS


Los ciudadanos siguieron la rebelión policial y las escenas de violencia en las calles pegados a la televisión estatal, difundida a través de todos los canales
LUIS VIVANCO - Madrid - 01/10/2010


Las calles de las ciudades ecuatorianas han amanecido hoy con un profundo sentimiento de luto. Han muerto tres policías, un militar y un estudiante, pero todos sienten que las principales víctimas son la paz y, sobre todo, el sentido común. La imagen de los agentes enfrentándose a tiros con los militares se convirtió en un cuadro inverosímil, nunca antes visto en la historia democrática del país andino.
Lucía Sotomayor, una estudiante de arquitectura que vive en Quito, la capital, asegura en una conversación telefónica, que el jueves 30 de septiembre de 2010 pasará a la historia como un día dominado por la angustia. A primera hora, centenares de policías habían salido a las calles en protesta por un recorte en sus beneficios salariales. Ella también salió temprano de casa: "Me fui llena de nervios porque ya sabía que no había policías en la calle, pero fue a mediodía cuando vi en los telediarios que el asunto se estaba agravando y regresé a casa. Esa es una hora punta de tráfico y Quito ya era fantasmal. No sabía qué iba a pasar".
A esa misma hora conducía su taxi Washington Terán, de 50 años. Se vio obligado a regresar a su casa, en el sur de la ciudad. "Ya era imposible trabajar. Los policías estaban por la calle quemando neumáticos, y por la central de radio nos advirtieron que los delincuentes ya estaban haciendo de las suyas", relata mientras conduce su coche. En esos momentos, el presidente Rafael Correa se enfrentaba verbalmente con los agentes sublevados en un cuartel policial.
Como todos los ecuatorianos, tanto Lucía como Washington estuvieron pegados a las pantallas de televisión durante toda la tarde. Ella, indignada por la actitud de los policías, pero también por las actuaciones de un gobernante que considera populista. Él, a punto de salir a la calle para "defender al presidente".
Cuando el ambiente se volvió más denso y los fantasmas del golpe de Estado y la guerra civil planeaban sobre las mentes de los residentes en Quito, en Guayaquil, la ciudad más grande del país, los ataques de los malhechores desataban el pánico. Dos sucursales bancarias fueron asaltadas. Varios supermercados, saqueados. La incertidumbre era generalizada. Incluso los payasos de plástico de tamaño real que se ubican junto a las puertas de los restaurantes McDonald's fueron arrancados por los ladrones. El presidente intentaba salir del cuartel, pero era retenido por los insurrectos en un hospital. Mientras tanto, Andrea Regalado, una joven periodista que no tenía que trabajar en la mañana del jueves, aprovechó para ir al banco. Como el sentimiento de inseguridad ya era general en Quito, tuvo que someterse a un cacheo para entrar al banco. "Por miedo me regresé a mi casa. Como vivo cerca del Hospital de la Policía, pasé toda la tarde escuchando sirenas de patrullas y ambulancias", explica. El país estaba ya en estado de excepción.
Mientras, la estudiante Lucía Sotomayor seguía los acontecimientos por televisión y sentía ganas de lanzar el aparato por la ventana al ver que la señal oficial se reproducía en cada frecuencia. "Me sentí acorralada, no sabía si podía salir". Esa misma señal del canal oficial la vio Paola Montenegro, una joven bióloga en la empresa en la que trabaja, y sintió la necesidad urgente de volver a casa con su madre. Tuvo que atravesar una ciudad en silencio, con rastros de neumáticos quemados y negocios cerrados, pues los choques estaban focalizados en el exterior del Hospital de la Policía y ante la sede de la Presidencia. "Pero cuando llegué, mi madre le gritaba a una amiga por teléfono: 'Están disparando'. Estuvimos frente a la tele las dos llenas de angustia". El Ejército acudió al rescate de Correa y los alrededores del hospital se convirtieron en un campo de batalla.
El presidente logró salir. La noche pasó. Pero muchos no pueden presumir hoy de haber disfrutado de un sueño reparador. El taxista Washington Terán ha salido de nuevo a la calle. Asegura que los agentes de policía han recuperado el control de la ciudad: "Pero cada vez que uno los mira, bajan la cabeza; como que si sintieran vergüenza".